El deseo (o pretensión, más bien) de las nuevas autoridades de controlar la calidad moral de los futuros candidatos a cargos políticos a través del proyecto de ley llamado de ficha limpia ha fracasado ya por segunda vez, con el viejo truco de no presentarse a la sesión, aduciendo una mentira infantil (enfermito; se durmió; se le pasó la hora; de viaje; no sabía, etc. etc.). Total, no se le descontará 1$, ni habrá reproche alguno. Está protegido/a por la inmunidad que le confiere automáticamente el “honroso” cargo otorgado por sus electores, sin pedirle más que lo represente dignamente. Pero... ¿qué dignidad puede caber en la mente de un político (no digo” todos”) que llegó al  cargo movido por intereses mezquinos, petulantes, engreídos? Creo que Alberdi se quedó corto al no exigir un mínimo grado de altura y entereza moral de los futuros postulantes, como se puede apreciar en la lectura de la Carta Magna. Esta exige sólo ser argentino nativo o naturalizado y mayor de edad. Se dejó de lado la importante condición de ser sano y honesto, moral e intelectualmente preparado. Cualidades que derivan de una trayectoria digna y honrada a toda prueba. Lejos de intereses egoístas que puedan afectar la armonía del pueblo que lo seleccionó. Algo de esto se pretende ahora imponer mediante el proyecto de ficha limpia, cuya discusión sigue en suspenso. No es necesario ser inteligente para entender por qué. Pero me asusta la pregunta: ¿Acaso en 200 años de Independencia cívica no se aprendió que la libertad, el decoro y la soberanía no se compran como una baratija? ¿Que se la gana con las virtudes   de sinceridad, honestidad integral, moral, cívica y  mental? ¿No hemos madurado todavía? Pensemos en el futuro que nos espera si no se imponen por ley las pautas básicas a respetar para la república que soñamos. Sin ellas, el Himno Nacional con el “juremos con gloria morir” ya no sonará como una seria promesa.

Darío Albornoz                                     

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